Hace varios meses, por no decir años, que La Vanguardia ha perdido su credibilidad de manera importante. Ya no se trata de tener una línea editorial conservadora y autonomista, hecho del todo respetable, se trata de basar su información en la manipulación, la falsedad, el juego lingüístico constante para atacar a los independentistas y defender los ataques brutales del Estado Español a través del 155, jueces y policía.
El despido de muchas de sus firmas independentistas es solo la consecuencia de una «limpieza» que se ha llevado a cabo en la redacción, donde los periodistas más unionistas o españolistas andan todo ufanos tanto en el edificio de la Avenida Diagonal como en Twitter como se ve con el propio Enric Juliana, Iñaki Ellakuría o Lalo Agustina. Pocos son los periodistas de La Vanguardia que se atreven a denunciar el Estado Español en Twitter, por ejemplo, a pesar de ser claramente autoritario y actuar de manera ilegítima e ilegal.
Este proceso de españolización de la cabecera barcelonesa ha provocado una dramática caída de ventas, una pérdida de influencia brutal e incluso un malestar dentro de la redacción donde algunos periodistas se sienten observados. Ante la pérdida de estos valores y la presión del heredero del Conde para convertir el periódico en una simple, y lucrativa, máquina de clicks, parece que se viene una crisis que puede cambiar el panorama mediático de la ciudad condal.
Parece que el Conde y Màrius han visto las orejas al lobo, y anticipando tanto el 155 como el control de las finanzas de la Generalitat por parte de Madrid, qué mejor manera para seguir cobrando la paguita institucional que posicionarse a favor de la España más centralista, autoritaria y anti catalana. Recordemos que sin subvenciones ni anuncios institucionales el Grupo Godó habría acumulado unas pérdidas de 11 millones de euros en los últimos 15 años y probablemente ya no existiría. Quizás el periodismo lo agredecería.